Soy Buga, la columna de GustavoT
He comentado en este espacio que me gusta casi todo tipo de música. El Rock y la salsa, principalmente. Hay una canción que te describe una historia, en cuya letra dice “la vida te da sorpresas”. Como a todos los habitantes de este planeta, también me ocurrió. No pensé que después de haber visto a V en el estacionamiento, ocurriría otra vez.

Estaba con una fémina con quien se había postergado salir por mucho tiempo, ya fuera por circunstancias de ella o mías. Fuimos a un bar en la avenida Insurgentes, en la Ciudad de México, en el que sé que no encuentro a personas que pudiera conocer, por su discreción y ubicación.
Habíamos estado unas horas antes en una cantina. Al haber sido una agradable sorpresa la compañía, ambos estuvimos de acuerdo en ir a otro lugar: Un bar con decoración sobria: no de gran lujo y espacioso, donde podías pararte a bailar si querías, sin molestar a quienes se encontraban sentados en la otra mesa.
No era cliente asiduo, pero algunos meseros me ubicaban; sin ser indiscretos (“la mesa de siempre”, algunos suelen decir), sabían que elegía una mesa atrás del piano que permitía la visión de la entrada y todo el restaurante. Mientras esperábamos en la barra de la cantina a que nos asignaran la mesa, ella decidió ir al baño.
Disfrutaba de verla (y ella lo sabía) a lo lejos: Se veía alta con pantalones formales ceñidos, lo cual permitía apreciar sus largas piernas torneadísimas y sus pronunciadas nalgas que hacían que la caída del saco se interrumpiera, aunque dejaba ver su estrecha cintura y hombros cobijados por su oscura cabellera a media espalda.
Sin embargo, esa ocasión, vestía una falda azul tableada, arriba de la rodilla que dejaba ver la textura de su blanca piel, sin medias, que parecía brillar por el sutil moreno bronceado de sus muslos que, al caminar, se asomaban casi a la entrepierna. El espectáculo visual momentáneo desde mi banco en la barra era complementado con unas piernas sostenidas en unos tacones medianos del mismo tono de la falda.
La blusa blanca, holgada, obligaba a adivinar su dorso equidistante en la esteticidad femenina, cuyo cuerpo se balanceaba en un caminar armonioso y sensual. Inevitablemente, muchas miradas de hombres y mujeres se dirigían a su paso.
Perdón por ser intemperante, pero al escribir estos párrafos me transporté al momento y volví a disfrutar de su presencia que tuve oportunidad de apreciar cuando, ya en la mesa, se dirigía hacia mí:

Ambos ocupábamos apenas poco más de un cuarto de mesa, ya que la conversación era muy personal. Sonreía y coqueteaba con sus labios rojos de labial, con mirar de gaviota. Le hablaba al oído y me acercaba a la distancia prudente que pudiera apenas sentir con su lóbulo o su cuello, el roce de mi bigote y mis labios. Cada vez que lo hacía, su sabor quedaba en mi boca, al humedecer las comisuras de mi boca.
Ocasionalmente, con el dorso de mis dedos acariciaba sus mejillas y parte alta de su cuello, mientras ella respondía con el aprisionamiento de mi mano, la cual, sacaba y terminaba posada en la tersa piel de su muslo derecho.
En alguna de las ocasiones en que me acerqué a su cuello y me concentraba en advertir la combinación de su olor, el de ella, combinado con su perfume, aroma que llenaba mis sentidos, subí la mirada y, lamentablemente, vi a una persona conocida: V.
Al igual que en el estacionamiento del centro comercial, nuestras miradas se encontraron. Segundos después, atrás y tomándola por el hombro derecho, apareció la figura de un funcionario, a quien llegué a apreciar, más que a su amigo, quien la acompañaba en el centro comercial.
Mi querida Va (su nombre, aunque no es el mismo, tiene la misma inicial, por eso quise diferenciar con la letra que le sigue), notó mi cambio de actitud. Volteó y al ver a una fémina, pensó lo contrario a la realidad. Se molestó.
-Por qué te escondes?, acusó.
-No me escondo. Sabes que no lo hago. Lo que pasa es que vi a unas personas que conozco. Continuó. De pronto, se paró al baño. Su caminar ya no era el mismo. O así me pareció.
Seguramente, ella le hizo un comentario, porque él volteó hacia dónde permanecía. Pensaría que estaba solo, porque me hizo un movimiento de cabeza y un ademán que interpreté como un saludo.
Al llegar Va, me incorporé y le arrimé la silla. Le expliqué quiénes eran esas personas y continuó nuestra conversación y flirteo. Fueron algunos tragos más y muchísima conversación. Me perdí en ella.
Al salir, me percaté que los coincidentes ya no estaban. No me interesé más que en mi Va.

Fuimos a un lugar también discreto, al sur de la ciudad. De manera extraña, había mucha demanda, lo cual no me había ocurrido, por lo que me sorprendió. Dejé el auto frente a la puerta de la habitación.
Como es costumbre, antes de entrar pasé la mirada por otras puertas y autos… encontré una camioneta, cuyas placas me resultaron familiares; la conocía, porque la encontraba de manera cotidiana en el estacionamiento de mi espacio laboral.
Me asomé para quitarme duda. En el asiento de atrás había un folder con el logotipo de la institución. Sonreí.